El abuelo observaba como ardía la leña que acababa de
poner en la chimenea de la cocina cuando
su nieto de 11 años entró por la puerta
de la cámara jadeando.
"Abuelo,
abuelo", dijo sin parar. " Cuentame lo que sabes sobre una historia que
nos ha contado la Angelina, la hija de la Juana; la que vive cerca del río. Nos ha dicho que en la alameda que hay en el río, la que está yendo hacia el barranco, hay
un árbol donde han visto crecer amapolas
negras y que sólo crecen allí, en ese
árbol.
"¿Y
quién dice que ha visto amapolas negras?".
Dijo que
Antonio, el Viejo. Y sus hermanos.
"El
Antonio" , repitió en voz baja el
abuelo, quedando como pensativo unos segundos. Luego levantó la cabeza y añadió:
"Si, eso dicen". "Cada primavera se ven algunas amapolas negras en la alameda
y siempre en el mismo árbol".
Y ante la
mirada expectante del niño, el abuelo continuó hablando."Mira, te voy a
contar un hecho que tuvo lugar en este pueblo y
que te va a aclarar un poco lo que te han contado".
"Una
vez vino al pueblo unos comediantes para hacer unas representaciones con que entretener a la gente y ganar
algún dinero. En uno de los actos de la obra salía un guapo mozo vestido de negro que
representaba a un espadachín de los de cuando las guerras de los reyes de
Castilla. Cuando terminó aquel acto vino a verle una mujer joven y muy bella. Estuvieron juntos detrás
de los decorados hasta que la obra de teatro terminó. Pero a aquel encuentro
siguió otro y luego otro y cada vez que él terminaba un acto ella lo esperaba.
Fue tal el amor que surgió entre ellos que no había día que no se viesen
incluso fuera del teatro, a escondidas,
en cualquier lugar. Hasta que llegó el momento
en el que el joven tuvo que partir con el resto de la compañía hacía
otra localidad.
Cuánto dolor invadía sus corazones. Qué desgracia la suya. Ya nunca más podrían saborear las dulces miradas, las caricias, las suaves palabras.
Cuánto dolor invadía sus corazones. Qué desgracia la suya. Ya nunca más podrían saborear las dulces miradas, las caricias, las suaves palabras.
La mujer,
que no deseaba separarse de él para siempre, decidió pedir permiso a
su padre para casarse y así poder recorrer juntos los caminos de pueblo en
pueblo.
El padre,
que tenía otras intenciones para su hija y que no veía con buenos ojos que se casara
con un "titiritero", entró en cólera negándose a darles la bendición.
Y no contento con esto, pues ya sabía del gran amor que se tenían uno al otro,
la encerró en la habitación más profunda de la casa a la espera de que pasados
unos días, la compañía abandonase el lugar y su hija se olvidase del mozo.
Pero la hija escapó aquella noche trepando hasta una pequeña ventana pegada
al techo. Fue a la tienda de su amante aún entre tinieblas y los dos montaron
en uno de los caballos, para alejarse lo más pronto del pueblo. Vestían de negro
para hacerse menos visibles en la oscuridad de la noche. Y al llegar al río,
lejos ya de las luces del pueblo, fueron a tumbarse en un álamo y así,
mirándose uno al otro y hablando palabras de amor que retumbaban en el silencio
de la noche, fue como los descubrió su padre.
Se entabló
una lucha feroz. El uno por defender el honor de su hija y el otro por defender
su amor. Una certera puñalada en el corazón acabó con la vida del joven. La
hija, loca de dolor, viendo a su amante moribundo cogió el puñal y se lo
clavó en el pecho. Murieron los dos, uno junto al
otro, con la sangre de ambos inundando sus vestidos negros.
El padre los
enterró debajo del álamo y dicen que las amapolas negras sólo crecen en este
árbol porque es allí donde están enterrados los dos jóvenes con sus vestidos
negros .