viernes, 24 de mayo de 2013

El álamo y las amapolas negras


 
El abuelo  observaba como ardía la leña que acababa de poner en la chimenea de la cocina cuando  su nieto de 11 años entró por la puerta  de la cámara jadeando.

"Abuelo, abuelo", dijo sin parar. " Cuentame lo que sabes sobre una historia que nos ha contado la Angelina, la hija de la Juana; la que vive cerca del río. Nos ha dicho que en la alameda que hay en el río, la que está yendo hacia el barranco, hay un árbol donde  han visto crecer amapolas negras y  que sólo crecen allí, en ese árbol.

"¿Y quién dice que ha visto amapolas negras?".

Dijo que Antonio, el Viejo. Y sus hermanos.

"El Antonio" ,  repitió en voz baja el abuelo, quedando como pensativo unos segundos. Luego levantó la cabeza y añadió:

"Si, eso dicen". "Cada primavera se ven algunas amapolas negras en la alameda y siempre en el mismo árbol".

Y ante la mirada expectante del niño, el abuelo continuó hablando."Mira, te voy a contar un hecho que tuvo lugar en este pueblo y  que te va a aclarar un poco lo que te han contado".

"Una vez vino al pueblo unos comediantes para hacer unas representaciones  con que entretener a la gente y ganar algún dinero. En uno de los actos de la obra salía un guapo mozo vestido de negro que representaba a un espadachín de los de cuando las guerras de los reyes de Castilla. Cuando terminó aquel acto vino a verle una mujer joven y muy bella. Estuvieron juntos detrás de los decorados hasta que la obra de teatro terminó. Pero a aquel encuentro siguió otro y luego otro y cada vez que él terminaba un acto ella lo esperaba. Fue tal el amor que surgió entre ellos que no había día que no se viesen incluso  fuera del teatro, a escondidas, en cualquier lugar. Hasta que llegó el momento  en el que el joven tuvo que partir con el resto de la compañía hacía otra localidad.

Cuánto dolor  invadía sus corazones. Qué desgracia la suya. Ya nunca más podrían saborear las dulces miradas, las caricias, las suaves palabras.

La mujer, que no deseaba separarse de él para siempre, decidió pedir permiso a su padre para casarse y así poder recorrer juntos los caminos de pueblo en pueblo.
 
El padre, que tenía otras intenciones para su hija  y que no veía con buenos ojos que se casara con un "titiritero", entró en cólera negándose a darles la bendición. Y no contento con esto, pues ya sabía del gran amor que se tenían uno al otro, la encerró en la habitación más profunda de la casa a la espera de que pasados unos días, la compañía abandonase el lugar y su hija se olvidase del mozo.
 
Pero la hija escapó aquella noche trepando hasta una pequeña ventana pegada al techo. Fue a la tienda de su amante aún entre tinieblas y los dos montaron en uno de los caballos, para alejarse lo más pronto del pueblo. Vestían de negro para hacerse menos visibles en la oscuridad de la noche. Y al llegar al río, lejos ya de las luces del pueblo, fueron a tumbarse en un álamo y así, mirándose uno al otro y hablando palabras de amor que retumbaban en el silencio de la noche, fue como los descubrió su padre.
 
Se entabló una lucha feroz. El uno por defender el honor de su hija y el otro por defender su amor. Una certera puñalada en el corazón acabó con la vida del joven. La hija, loca de dolor, viendo a su amante moribundo cogió el puñal y se lo clavó  en el pecho. Murieron los dos, uno junto al otro, con la sangre de ambos inundando sus vestidos negros.

El padre los enterró debajo del álamo y dicen que las amapolas negras sólo crecen en este árbol porque es allí donde están enterrados los dos jóvenes con sus vestidos negros .

 

 

jueves, 28 de marzo de 2013

El teléfono



                                                          El TELÉFONO         

El móvil se encendió con una luz parpadeante al tiempo que vibraba sobre la mesa.
Lo cogió y miró la pantalla: 

     ANA MARÍA  6069....................                            

Se levantó y salió fuera de la biblioteca. Recuperó la llamada de voz y tecleó el teléfono de Ana María.

 - Dime. ¿Qué quieres?.
- Hola Juan. Te llamaba para saber si vas a venir hoy a casa.

Unos segundos de silencio inundó  aquel momento. Luego Juan contestó.

- No lo se. No hagas comida para mi.
- ¿Vas a llevar a Eduardo al tren?, recuerda que hoy a la 7 se van de campamento.- dijo Ana María.
- No, tampoco. Tengo una reunión importante hasta las 8 y no podré ir.
- ¿Cuál, la de la entrevista?.

- Si -, concluyó rápido Juan.

- ¿Pero no fue la semana pasada?.
- Si, pero la habían aplazado para hoy.  Ah!, y luego iré a ver el partido a casa de Jorge. Ira todo el grupo y seguramente acabará tarde  así que no me esperes, me quedaré  a dormir en su casa.

A Juan le remordía la conciencia cada vez que tenía que poner una excusa.
Al otro lado Ana María quedó sin habla por un momento.  Luego se despidió de él cerrando la llamada.  Fue a la mesa del salón y abrió el periódico. En la programación de televisión el partido lo daban en diferido a las 6 de la tarde y no por la noche como dijo.
Recordó entonces que la mujer de Jorge le había dicho que ellos se irían hoy a la casa de campo nada más salir su marido del trabajo. Por lo tanto no habría reunión entre amigos para ver el partido.
Ana María  estaba segura. Volvió a tomar el móvil y escribió un mensaje a Pedro.

“ Mi marido no viene hoy. Tenemos hasta mañana para estar juntos.  Nos vemos en el bar de la estación a las 7,30. Hasta luego amor.

lunes, 18 de febrero de 2013

Una anécdota sobre la vida de un anciano

                                            



Hace unos meses me encontraba sentado en la sala de espera  de Neumología en el Hospital del Escorial en un día de Febrero. Había sido el primero en llegar a la consulta y elegí un asiento  cercano a la puerta por donde la enfermera saldría a citar los nombres de los pacientes. Recuerdo que aquella mañana me habían entregado  el coche nuevo, un modelo que desde hacía unos años había querido tener y que no había podido comprárlo antes por su alto coste. Me vine al hospital conduciéndolo por primera vez. 
Ya en la sala, sentado y tranquilo me entretuve pensando en darle mejor estreno al coche, programando un viaje con mi mujer a Salamanca el fin de semana siguiente. Estaba absorto en este asunto cuando el sonido repetido de un bastón repicando en el suelo me interrumpió. Era un anciano que se acercaba lentamente atravesando lo que le quedaba de sala hasta sentarse en el asiento contiguo al mío. Precisamente al lado mio. ¿No podía haber elegido otro asiento?, me dije para mi mismo viendo la sala vacía. Aunque......, bien pensado probablemente el viejo fuera duro de oídos  y se sentó aquí para oír mejor los nombres que la enfermera iba a citar.

Los minutos fueron pasando bajo el silencio normal de una sala de espera de un hospital donde nadie se conoce y no se da pie a entablar una conversación. Solo se oía al viejo murmurar no se qué palabras ininteligibles moviéndose inquietamente. Miraba de un lado y al otro de la sala blandiendo  su bastón al que levantaba levemente del suelo para dejarlo luego caer ruidosamente. Repetía ese movimiento una y otra vez, como queriendo llamar la atención.  
Me estaba empezando a poner nervioso así que abrí el periódico como queriendole hacer ver que no estaba interesado en lo que hacía y de paso darle a entender que necesitaba algo más de silencio
El anciano no se dió por aludido. Siguió con lo que estaba haciendo con más intensidad aún. Pensé entonces si no sería que lo que realmente buscaba era entablar conversación con alguien.

A los pocos minutos mis sospechas resultaron ser ciertas.  

“Usted no sabe lo que es la guerra" - me dijo

Ni siquiera levanté la vista del periódico, no tenía ganas de charlar. Así que, como la sala empezaba a estar llena de gente, no me di por aludido y continué haciendo ver que leía el periódico.

 “¿Cuántos años tiene, joven?” volvió a decir, esta vez girando la cabeza hacia mí. 
El asunto ya estaba claro. Dejé el periódico y le respondí  intentando cortar por lo sano “Oiga, no tengo por costumbre decir mi edad  y menos a alguien que no conozco”. El viejo pareció comprender, bajó la cabeza y no dijo nada más. 

Pero unos minutos más tarde volvió a la carga.

“Yo tenía 10 años cuando la guerra, sabe usted”. “No saben ustedes lo que es la guerra”. “No saben lo que es pasar hambre, ni el miedo”.  

Quedó unos segundos en silencio como tratando de rememorar una vez más aquellos tiempos. Alcé la vista y lo miré. Vi a un viejo, delgado, nudoso,  de rostro triste, probablemente de cerca de 80 años Y en ese mismo momento se me despertó la curiosidad por conocer algo más de la historia de aquel anciano, tan lejos de la vida apaciguada que yo llevaba.

“Tengo el miedo aún metido en el cuerpo, sabe usted“.- me volvió a decir compungidamente.  

“¿Dónde vivían ustedes?”- me adelanté a preguntar.

 “En  Valdemorillo.  Vivíamos en una casa cerca del pueblo. Mi padre era campesino y se decía comunista, pero nunca estuvo afiliado. Era un buen hombre e hizo mucho por la gente, pero al terminar la guerra lo cogieron prisionero y estuvo varios meses en una celda hasta que lo mandaron a picar la piedra en  el Valle de Los Caídos. Casi no lo veíamos y cuando nos dejaban verlo no parecía mi padre.  Estaba  demacrado,  solo tenía huesos. Luego enfermó de los pulmones y se lo llevaron a una casa de socorro cerca de este hospital”. 

“Alli, allí,” señaló con la mano en dirección al mausoleo. “Se lo trajeron una noche a mi madre ya muerto. Lo dejaron frente a la puerta de la casa. Ahora la gente  no sabe bien lo que fue aquello. Ahora se ha olvidado todo pero murió mucha gente allí, picando la piedra”.   

“¿Y que fue de su madre y de ustedes?” – le pregunté- .

“ Mi madre trabajó mucho tiempo como sirvienta en varias casas porque nos quitaron las pocas tierras que teníamos – sabe usted. “Se iba por la mañana temprano y no la veíamos hasta por la noche. Sólo la vi llorar  el día que trajeron a mi padre ya muerto y ya nunca más lo hizo, se le endureció el rostro. No volví a ver la alegría en su cara hasta bien pasados los años, ya mayor, con sus nietos, cuando por fin  vio a todos sus hijos  enderezados. Nunca habló  de política, decía que no llevaba a nada bueno. Quizás no pudo superarlo  o  no quiso y solo tuvo tiempo para sus hijos”.  

La conversación se interrumpió al abrirse la puerta de la consulta y  la enfermera  empezó a citar por orden el nombre de los pacientes.  Cuando llegó mi turno le agradecí sinceramente aquella breve conversación y entré en la consulta. Al salir no vi al viejo. Me hubiese gustado despedirme de él, pero no estaba.

De camino a Villalba pasé cerca del Valle de los Caídos. En esos momentos me vino a la mente sus palabras y pensé en lo mucho que tenemos que agradecer a todas esas personas que acabaron tan mal luchando en la guerra civil para que los demás tuviésemos un mundo mejor.

   

domingo, 27 de enero de 2013

El niño perdido




Llega la hora de la noche y la familia se va a dormir. A la mañana siguiente el niño se despierta y llama a su madre. No contesta. Nadie contesta. Ni su padre sus hermanos contestan. Abre la ventana y los llama a gritos. Cree que su familia ha desaparecido. Asustado, decide salir a la calle  buscarlos.
Va andando de un lado para otro mirando a la gente. Deambula entre la multitud. Una hora después se ha perdido y  ya no sabe donde esta su casa. Se pone a llorar. De pronto se acuerda de que vive al lado del edificio más alto de la ciudad, que lo ve cada día desde su ventana. Lo busca con la mirada  pero no lo encuentra. Cruza la calle, y tampoco lo ve. Mientras esto ocurre, una mujer lo observa atentamente desde un coche parado en el arcén.
La mujer baja del coche, se acerca al niño. Le pregunta qué le ocurre.
El niño le dice que está buscando a sus padres.
“¿Dónde los has perdido?”.
“Estaban en mi casa, pero se han ido”.
“No te preocupes” – dice la mujer -. “ Ven con nosotros  y verás como tus padres no se han ido y están en tu casa”.
 La señora lo lleva al coche y el niño se alegra porque lo van a llevar de nuevo a su casa. Al volante hay un hombre y la mujer  le dice  que van a ir a la casa. Tardan unos minutos en recorrer el trayecto. Al  entrar en la vivienda el niño mira con extrañeza el lugar y dice ingenuamente que esa no es su casa. Comienza a llorar. La mujer intenta calmarlo. “No te preocupes que luego iremos a tu casa” Y continúa hablándole. “Espera aquí un poco que te traeré un vaso de leche y unos dulces”.  Se va a la cocina y allí se encuentra con el hombre del volante. “¿Has llamado ya?”. “Sí, nos pagan 10.000 euros”. "Llama otra vez y dile que mañana hacemos el cambio en frente de la casa... y que traiga el dinero". La mujer regresa con los dulces. El niño se los toma y poco a poco se duerme entontecido.
A la mañana siguiente el niño se despierta. No hay nadie en la casa. Se viste y sale a la calle. A pocos metros del portal hay un coche de policía y entre sus cristales la imagen de la señora y al lado de ella, la oscura figura de dos hombres.  Uno de ellos era el que lo condujo a la casa. El otro no sabe quien es. De pronto mira y ve a lo lejos ve el edificio más alto de la ciudad y se va hacia allí corriendo. No tarda en encontrar su casa. Llama al timbre. Le abre su padre. Antes de abrazarlo, el padre le recrimina malhumorado haberse escapado. Casi le da un bofetón. La madre, al oírlo, sale del dormitorio a toda prisa. Lo abraza una y otra vez. Muchas veces. Ya más calmada le pregunta que por qué se ha escapado, que dónde ha pasado noche.  El niño responde entre sollozos que se despertó y que como no había nadie en casa  se marchó a buscarlos. La madre vuelve a abrazarlo  más fuerte que nunca.  Luego se dirige furiosa al marido y le grita. "No vuelvas a dejar al niño sólo en casa, ni siquiera cuando lleves  a sus hermanos al colegio". Se para un momento y de nuevo le vuelve a gritar: "Y llama a la policía que ya hemos encontrado al niño".

domingo, 20 de enero de 2013

La niña invisible


                                                           LA NIÑA INVISIBLE

Érase una vez una niña que se llamaba Inés y que vivía en un valle situado entre dos montañas. En una ladera estaba Villanorte y en la otra Villasur. Los habitantes de Villasur no eran amigos de los de Villanorte, ni los de Villanorte eran amigos de los de Villasur.
Inés quería ser amiga de los niños de los dos pueblos, pero estos no la querían porque no era ni de un pueblo ni de otro. Así pues, Inés jugaba con los pájaros, el agua, las plantas, pero no dejaba de estar triste porque se sentía sola y tan apenada estaba  que no paraba de llorar todos los días hasta que una noche sus lágrimas la borraron y desapareció.

Las lágrimas fueron a parar al río y del río a un lago que había en el valle.
A  la mañana  siguiente los habitantes de Villanorte y de Villasur se alarmaron por la desaparición de la niña y todos ellos decidieron recorrer la región en su busca. Anduvieron por caminos, sendas hasta que llegaron al fondo del valle  y alli vieron que el lago tenía más agua de lo normal, algo muy extraño en aquella época. Remontaron el río para averiguar el origen del  agua y al llegar a la parte alta del valle encontraron un pequeño arroyo  que salía de la casa de la niña desaparecida que ni estaba en Villanorte ni estaba en Villasur. Llamaron a la puerta y les abrió su madre que aún sollozando de pena por la pérdida de su hija  les contó que días antes de desaparecer su hija había estado llorando mucho porque ninguno de sus amigos de los dos pueblos  la quería y que cuando llegó la noche desapareció. Los vecinos, después de oír esto no supieron que hacer ni que decir, así que se fueron cada uno a su casa creyendo que la niña se había marchado por estra enfadada y que volvería  pronto.       
Pero pasaron los días sin que Inés apareciese y empezó a cundir el desánimo entre los vecinos  hasta que uno de ellos que vivía en Villanorte dijo lo siguiente: “Recapacitemos vecinos, sabemos seguro que la niña ha desaparecido y que estuvo llorando muchos días porque sus amigos no la querían y que el único reguero de agua que hemos visto sale de su casa”.  “¿No será que el agua del arroyo aumentó por lo mucho que lloró Inés y que las lágrimas borraron su imagen?”. 
Al oír esto otro vecino, más incrédulo que el primero, contestó. “Si lo que dices fuera cierto, ¿por qué la madre no desapareció también, pues la  hemos visto llorar mucho?. 
Sobrevinieron unos momentos de de duda hasta que el primer vecino – que se llamaba Juan -  volvió a  intervenir  y dijo: “ Sí, es verdad, pero la madre lloraba por su hija  e Inés lo hacía  porque los niños de Villanorte creían que ella era de Villasur y los de Villasur creían que era de Villanorte y como los dos pueblos no se llevan nada bien, pues nunca podía jugar con ellos, ni tener amigos. ¿No será este desamor entre los dos pueblos lo que causó de su desaparición?”. 
Todos quedaron en silencio por unos momentos hasta que otro de ellos intervino: “Yo le doy la razón a Juan”.  “Mi hija estuvo llorando toda la mañana porque se le había perdido un juguete y no ha desaparecido ni salió agua de mi casa”.
Y así, uno tras otro, los argumentos fueron dando la razón a los que pensaban que la causa había que buscarla en  el malestar entre los dos pueblos.
“¿Qué podemos hacer entonces?” – pregunto alguien dirigiéndose al alcalde -.  
Éste, que hasta ese momento había permanecido callado,  dijo: “Propongo que nos reunamos los dos pueblos en el lago, que es donde suponemos que debe estar la niña si de verdad se convirtió en agua y decidiremos entre nosotros hacer las paces, a ver si es cierto lo que estáis diciendo”.
Todos aceptaron y fueron a Villasur a contar lo sucedido y al tener noticia de esto,  los de este pueblo lo aceptaron y todos juntos se dirigieron a la explanada del lago. Allí hablaron los dos alcaldes y todo aquel que quiso intervenir y decidieron hacer las paces entre los dos pueblos sin que hubiese ni una sola voz en contra.
Mientras esto ocurría, los niños de ambos pueblos se hicieron amigos y se pusieron a jugar  juntos.
Nadie, absolutamente nadie, se percató en ese momento de que un hilillo de agua subía rio arriba hasta la casa de la niña  haciendo que Inés volviese a ser visible.
Cuando regresaron los del pueblo y vieron que Inés había vuelto se alegraron mucho. Pero uno de ellos, que se las daba de listo, y no estaba de acuerdo con la versión que se había dado, exclamó:  ¡A saber donde ha estado ¡. “Yo creo que la niña se había ido del pueblo enfadada y ahora ha vuelto. Y nosotros no hemos hecho más que el tonto al creernos esta historia y reunirnos en el lago”.
A lo que el maestro del pueblo, viejo y sabio, replicó  - “Mira bien lo que dices vecino, que bien está lo que bien acaba. La niña ha regresado y los dos pueblos han hecho las paces después de mucho tiempo peleados”. “Y es más”, – continuó - , “ ¿podrías explicar tú de donde venía el agua que salía de la casa y llenaba el lago y porque ahora ya no hay agua en el arroyo”. 
Dicho esto, los demás se callaron e  Inés ya nunca más estuvo sola porque tuvo muchos amigos de Villanorte y de Villasur.

                               

viernes, 14 de diciembre de 2012

El Joven de cordel



                                                                       

 

                                                  EL JOVEN DE CORDEL

Que  narra la historia de un joven porteador que provisto de un capazo se ofrecía a llevar  las compras que la gente hacía en el mercado a cambio de dinero.
     El joven llegó a la casa acompañando a las dos señoras, dejó  el  capazo en el suelo y viendo esto la dueña  le hizo un ademán con su mano para que lo llevase a la cocina. El joven asintió sumiso, se fue hacia ella y una vez dentro puso el pesado saco sobre una enorme mesa que ocupaba el centro de la habitación. Luego regresó a la sala y esperó de pié a que la señora le recompensara con el dinero que se había ganado. Esperó un rato y luego otro y varios más, mientras la dueña de la casa no paraba de hablar con su amiga sobre lo que habían visto y oído en el mercado. Y todo para desconsuelo del joven quien no obstante, para calmar su impaciencia, pensaba de esta manera: “Si interrumpo pidiéndole el dinero, la señora se enfadaría por mi  insolencia y no volvería a llamarme para llevarle los sacos y no podría llevar dinero a mi casa, así que lo mejor es seguir esperando”.
             Al fin dejaron de hablar y la señora de dirigió a él diciéndole:  “No tengo aquí monedas para darte, joven mozo, pero ve a la cocina y coge una hogaza de pan, un trozo de carne y otro trozo de tocino como recompensa por los servicios. El muchacho, al oir esto se puso loco de contento pues se le había abierto el hambre de tanto esperar y se fue la cocina donde revolvió por los arcones, armarios y despensas que bordeaban la estancia en busca de su preciada comida. Primero encontró el pan, luego la carne del que se cogió un trozo y luego el tocino del que cogió otro trozo, teniendo mucho cuidado de no coger más de lo prometido. Pero al salir de la despensa  con todo cargado entre los brazos  se encontró cara a cara con lo que parecía el mayordomo mayor de la casa, el cual extrañado al ver a un joven desarrapado cargado de comida entre sus brazos, creyó ver en él a un ladrón y empezó a propinarle bofetadas y patadas. En esto que el joven, tras soltar la comida, se defendió dándole un puñetazo que le hizo caer al suelo, más bien por el estado entrado en años del mayordomo  que por la fuerza del joven que, aún teniéndola y mucha, sólo trató de zafarse de la multitud de golpes que recibía.
         Tal fue el ruido que se oyó que no tardaron las dos señoras en aparecer en la cocina viendo la extraña escena: el joven de pié con la cara desencajada, el mayordomo  de rodillas tratándose de levantar y  la comida esparcida y pisoteada por el suelo. El muchacho, asustado, no supo que decir ni que hacer y fue el mayordomo el que una vez incorporado habló así: “Mi señora, he pillado a este joven robando comida en vuestras despensas y he tratado de contenerlo, mas el muy granuja me ha dado tal guantazo que he caído rodando por el suelo”.  Y oyendo esto el joven, se atrevió entonces a intervenir: “Mi señora, sólo cogía lo que usted me había dicho que cogiera, ni un trozo más y ni un trozo menos”. A lo que la señora, con muy buen criterio, respondió: “Bien, veamos si dices la verdad, qué comida te llevabas y cuanta”. Reunió entonces los trozos esparcidos por el suelo y comprobó que eran lo mismo que momentos antes le había prometido.
         “Si, ésta es exactamente la comida que dije que te llevaras ”, y  volviéndose hacia su mayordomo le dijo: “Agradezco  vuestra defensa de los bienes de esta casa, mayordomo mayor,  pero debíais haber preguntado antes de golpear a este muchacho, pues yo misma le he dicho que cogiera de esta comida que aquí veis, como pago por el servicio que me ha hecho como joven de cordel.  “Y a ti joven, del que no conozco tu nombre, y puesto que me has dado muestras de paciencia, honradez y valentía te nombro a partir de ahora sirviente de mercado y te harás cargo de adquirir todo el avituallamiento que esta casa necesite ”. Y ante esto, el joven, un tanto sorprendido por el giro que había tomado los acontecimientos,  contestó: “Mi señora, mi nombre es  Honrado, y cumpliendo con los deseos de mis padres al hacerme llamar así, sabré hacer buen uso de éste por el tiempo que usted disponga y cumpliré agradecido con el  trabajo que me encomienda”.
Sin más, la señora se despidió de ambos, el mayordomo hizo lo mismo, no sin antes refunfuñar,  y el joven volvió a su casa saltando de alegría por la buena suerte que ese día había tenido.

Escrito por Jerónimo Pacheco Galván